PRIMERO DE MAYO

¿Feliz Día del Trabajador?

El 1° de Mayo es una fecha universal establecida como forma de conmemorar las luchas de los trabajadores de todo el mundo por su dignidad y la de sus familias. No es un día de festejo, es un día para la reflexión y, muchas veces, para dar nuevo impulso a las luchas por la Justicia Social. La Argentina cada vez extraña más “los días más felices”.

Por Jorge Pirotta | 01-05-2022 06:00hs

Sin embargo, es muy común que en esta fecha les deseemos a nuestros amigos y nuestras amigas, a compañeros y compañeras: ¡Feliz Día del Trabajador!

Es porque deseamos que, de verdad, sea un feliz día, un día de satisfacción por tener un trabajo digno, por el orgullo de contar con un salario que nos permita darle a nuestra familia todo lo que necesita, por la tranquilidad de saber que nuestros derechos son respetados, que no peligra nuestro puesto de trabajo, que podemos ser felices y, como decía Evita, porque estamos “seguros de la felicidad futura”.

Todos los que trabajamos deseamos todo eso fervientemente. Lamentablemente, hoy estamos muy lejos de esa felicidad. Esa es la Gran Deuda de la política con las argentinas y los argentinos.

La historia de los últimos 70 años permite afirmar que los días más felices para los trabajadores argentinos siempre fueron “días peronistas”. Bueno, la frase popular original terminaba diciendo “fueron, son y serán peronistas”. Yo tengo una fe inquebrantable en el futuro de Justicia Social para nuestro pueblo, pero el presente… el presente es injusto, es para muchas familias dramático, es incierto, fundamentalmente para los trabajadores y las trabajadoras.

En nuestro país, solo los gobiernos peronistas dieron cumplimiento a demandas básicas de los trabajadores. En los tres gobiernos de Perón, el 1° de Mayo era un día de fiesta, ¿hace falta explicar por qué?

Para no irnos tan lejos, preguntémosles a los mayores en nuestra familia qué pasaba con los salarios durante el último gobierno de Perón (1973), que duró poco menos de dos años, por su fallecimiento, y fue continuado por la vicepresidenta Isabel Perón hasta su derrocamiento.

En esos años, el 52% de la renta nacional se repartía entre los trabajadores, y el 48% restante era para el capital. Casi lo que siempre predicó Perón, eso del “fifty-fifty” (50-50) en el reparto de “la torta”. También la Argentina estaba entre los primeros países más sindicalizados del mundo.

En aquella época, un trabajador, tal vez esforzándose, haciendo horas extras, podía comprarse un terrenito y, de a poco, hacerse su casita. Podía ir al cine con su familia el sábado y después comerse una pizza afuera. Incluso, aunque fuera un modelo viejito, también podía llegar a tener un auto.

Los que tengan menos de 50 años y estén leyendo esto deben estar pensando que hablo de otro país, de un país “nórdico” o de Australia. No, estoy rememorando lo que pasaba realmente en nuestro país, sí, en nuestro país.

¿Pero por qué se fue todo al demonio? No hay que darle muchas vueltas al asunto. Ocurrió el golpe de 1976 y, como en todo el cono sur de América Latina en esos años, se instauró una dictadura militar que impuso a sangre y fuego un modelo económico antinacional y antipopular, que fabricó ilegalmente una gigantesca deuda externa y que persiguió, encarceló e hizo desaparecer a miles de militantes que, en su mayoría, eran trabajadores y trabajadoras, dirigentes peronistas de base.

Esa siniestra dictadura dejó un país totalmente distinto. La consecuencia más concreta y cercana para la familia trabajadora de la Argentina, fue la estrepitosa caída del poder adquisitivo de los salarios. De aquel 52% antes del golpe bajamos poco más del 20% en el inicio del gobierno electo por el pueblo en 1983.

Ya han pasado casi cuatro décadas desde la recuperación de la democracia en nuestro país. Pasaron gobiernos de distinto signo, con diferentes niveles de apoyo popular, pero siempre elegidos por el pueblo. Hubo avances y retrocesos, crisis gravísimas como la de 2001 y crecimiento económico sin precedentes cercanos como entre 2003 y 2011, pero la situación de fondo, el “mapa” de la distribución de la riqueza, de “la torta” de la que hablaba Perón, se mantuvo y se mantiene prácticamente igual. Es decir, MUY desigual.

Al gobierno de Alberto Fernández le tocó “bailar con la más fea”. Recibió un país endeudado en 45 mil millones de dólares y una economía en la cual pocos sectores lograron mantenerse o crecer. La mayor parte de la producción en declive y, por supuesto, una enorme desocupación.

Y también le tocó administrar la lucha contra la maldita pandemia con un sistema de salud deteriorado y en crisis. De hecho, no teníamos Ministerio de Salud y pocas Unidades de Terapia Intensiva (UTI) con suficientes respiradores. A pesar de haber caído la sindicalización de los trabajadores y las trabajadoras (por debajo del 20%), la existencia de las obras sociales sindicales y de los hoteles de los sindicatos contribuyó de manera determinante a la resistencia al avance impiadoso del COVID-19.

Pasada la pandemia, la economía comenzó a crecer lentamente. Pero como desde 1983, el tema de la deuda externa condicionó y condiciona el accionar de todos los gobiernos. Perdimos la oportunidad de enjuiciar la deuda externa heredada de la dictadura, aunque estaba viciada de ilegitimidad, de ilegalidad y de corrupción. Se discutió mucho en aquel entonces, pero se la terminó aceptando.

Miles de millones de dólares que no repercutieron positivamente en nuestra economía, en nuestro crecimiento y mucho menos en el desarrollo de una distribución del ingreso más equitativa. Exactamente lo mismo que pasó con la deuda contraída, en democracia, por el gobierno del presidente Macri.

También hubo y hay mucha discusión con respecto a la deuda externa. Personalmente, adhiero a la idea de crear un fondo especial para pagarla constituido con aportes de aquellos argentinos que evadieron al fisco y tienen más de 400 mil millones de dólares en extranjero. Sería una medida justa que le sacaría la soga al cuello que, si no se termina con este tema, le estamos dejando a las futuras generaciones.

Desde su origen, el Peronismo ha sido y es un movimiento, mucho más que un partido político o un frente electoral. Hasta se podría decir que es un sentimiento, y ese sentimiento tiene su raíz más profunda en el anhelo de Justicia Social en el más amplio sentido con que se la pueda concebir.

Por eso, el mayor desafío que tiene el gobierno nacional es construir un camino firme para transitar hacia un futuro más justo, más equitativo, más inclusivo, con trabajo y producción.

En pocas palabras, mientras eso no se concrete, el Peronismo en su conjunto, ese enorme y multifacético movimiento cuya columna vertebral debiera ser el movimiento obrero unido, está en deuda con el pueblo. Como decía mi amigo, mentor y compañero, el “Momo” Venegas, “sin tanto gregué para decir Gregorio”, ese es el claro y duro compromiso.

Por eso, desde esta columna, con todo respeto para con usted que está leyendo, le pido que hoy reflexionemos sobre nuestra realidad y sobre la actitud pasiva o comprometida que usted tiene frente a la misma.

Si usamos este día, aunque sea un poco, para reflexionar sobre nuestra actitud ciudadana, como trabajadora o como trabajador, le vamos a dar un sentido correcto a esta jornada.

Si está de acuerdo con esta idea, y también si no está de acuerdo conmigo, igual le deseo, de todo corazón, el más ¡Feliz Día del Trabajador!

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