ANÁLISIS INTERNACIONAL

Torres Gemelas: veinte años en los que Estados Unidos se convirtió en su enemigo

La guerra en Afganistán e Irak, las torturas en Guantánamo y la cárcel de Abu Ghriab, los ataques con drones y las muertes inocentes fueron abiertamente contradictorios con los valores de democracia y derechos humanos del orden internacional construido por EE.UU. Además, con la fractura de la sociedad y el radicalismo trumpista, la amenaza pasó a estar dentro de sus fronteras.

Por Ignacio Lautaro Pirotta | 11-09-2021 08:40hs

El retiro de Afganistán de las tropas de la coalición militar liderada por Estados Unidos prácticamente coincidió con los 20 años del atentado a las Torres Gemelas. Los acontecimientos que tuvieron lugar durante estos veinte años fueron moldeando una realidad bastante diferente para la principal potencia mundial. Una de las frases más repetidas desde el mismo 11 de septiembre de 2001 era que “el mundo había cambiado”. En parte eso es cierto, porque lo que cambia al principal país del mundo indefectiblemente afecta al resto. Pero el 11-S fue fundamentalmente un punto de inflexión en la historia de aquel país. 

Según la carta de Osama Bin Laden, líder de Al Qaeda, la organización terrorista y fundamentalista islámica que llevó a cabo los atentados, lo que los motivó fue la intervención de Estados Unidos en Medio Oriente, apoyando a Israel y a Arabia Saudita. Como es sabido, Bin Laden fue uno de los tantos milicianos entrenados y financiados por Estados Unidos entre fines de los 70 y la década de los 80 para contener a la Unión Soviética en el territorio afgano, en el contexto de la Guerra Fría. 

El propósito de Al Qaeda, que Estados Unidos se retire de la región, en todo caso fue completamente contraproducente. Dos semanas después de los atentados, Estados Unidos estaba iniciando operaciones militares en Afganistán. La “caza” de los talibanes comenzó inmediatamente. Comenzó como la “guerra contra el terror”, como la llamó el entonces presidente George W. Bush. Pero luego Bush y los funcionarios de su administración incorporarían el término "eje del mal", para referirse a los países que supuestamente apoyaban al terrorismo, como Irán, Cuba y Corea del Norte, entre otros. Esta categoría, “eje del mal”, permitió ampliar el abanico de países objetivos y de potenciales amenazas. Irak, con importantes reservas de petróleo, fue el próximo objetivo. 

Pero si en un primer momento Estados Unidos había contado con la solidaridad de gran parte del mundo ante la crueldad de los ataques a su población civil, incluyendo a parte del mundo musulmán, con el correr del tiempo esos sentimientos se fueron volviendo en contra. La invasión a Irak (2003) fue antecedida de manifestaciones contra la guerra en varios países alrededor del mundo, incluyendo la Argentina. El principal argumento para justificar la invasión fue la existencia de armas de destrucción masiva, las cuales nunca fueron encontradas. 

Las torturas en Guantánamo, una base militar en territorio cubano a la que Bush decidió utilizar para interrogar fuera de territorio estadounidense a sospechosos de terrorismo, violando cualquier respeto mínimo a los derechos humanos, fueron haciéndose conocidas por la opinión pública por medio de fotos y videos. Lo mismo sucedería después con la cárcel de Abu Ghraib, en Irak, donde los propios militares estadounidenses se sacaban fotos vejatorias con los prisioneros, las cuales terminaron en manos de la prensa. 

El uso desproporcionado de la fuerza por parte de la gran potencia militar terminó haciendo que ante los ojos del mundo Estados Unidos pasara de ser victima a ser el victimario.

Así, los principios y valores sobre los que Estados Unidos había construido un orden internacional que lo tenía como hegemón, es decir, la democracia y los derechos humanos (a los que hay que agregarle libre mercado), se vieron públicamente contradichos por la propia potencia en su combate sin límites contra un enemigo al que se le adjudicó ser el mayor de los males. Los términos en los que Bush planteó la guerra contra el terrorismo fueron los de la lucha contra un mal absoluto, los terroristas, a quienes había que eliminar por todos los medios. Al final de cuentas, esto redundó en que las prácticas inhumanas fuesen incorporadas también por Estados Unidos: desde el secuestro de personas y traslado a otros países para ser interrogados mediante los peores métodos de tortura, hasta el uso de drones para atacar objetivos en misiones con altos niveles de “daños colaterales”, es decir personas inocentes, incluyendo niños. 

El socavamiento de la legitimidad estadounidense alrededor del mundo, despertando un antinorteamericanismo tal vez inédito, no sólo tuvo que ver con esas prácticas. Como alguien dijo, el uso desproporcionado de la fuerza por parte de la gran potencia militar terminó haciendo que ante los ojos del mundo Estados Unidos pasara de ser victima a ser el victimario. En los términos de la teoría de Joseph Nye, la incursión en Afaganistán e Irak representó un deterioro significativo del poder blando, aquel que descansa en la reputación de un país, en el poder de atracción de su cultura, sus valores y sus ideales.

Paradojas de la historia, los atentados del 11 de septiembre tenían tres objetivos: 1, las Torres Gemelas, donde funcionaba el World Trade Center, el poder financiero de Estados Unidos; 2, el Pentágono, que también fue alcanzado por un avión secuestrado; y 3, el otro objetivo, al que los terroristas no pudieron alcanzar, que era el Capitolio, el edificio del Congreso. Es decir, los objetivos eran el poder económico, el poder militar, y el poder político de Estados Unidos, aunque el ataque era más a lo simbólico que al poder real de esas instituciones. Con la guerra al terrorismo y la recuperación económica post atentado, quedó claro que esos poderes no habían sido afectados. La que sí terminó dañada, fue la reputación de la superpotencia, o su poder blando, y esto no por el ataque terrorista, sino por su propia respuesta militar. Guantánamo, Abu Ghraib, el invento de las armas de destrucción masiva en Irak y los ataques con drones y los niños muertos representaron una transgresión mayor y sobre todo más visible habida cuenta de los cambios en la tecnología y los medios de comunicación, que lo que podrían haber sido anteriormente el apoyo a dictaduras en países del tercer mundo, la guerra de Vietnam (con napalm y abusos incluidos) o incluso la Guerra del Golfo (1991), cubierta desde Irak por la cadena CNN. 

Pero los 20 años del atentado a las Torres Gemelas no sólo coinciden con la retirada de Afganistán. El 6 de enero de este año tuvo lugar uno de los episodios más emblemáticos de la actual fractura de la sociedad estadounidense. La invasión al Capitolio por parte de los simpatizantes trumpistas radicalizados, que terminó con 5 muertes, es el reflejo de una sociedad profundamente dividida, no sólo políticamente, sino culturalmente, y en donde además un sector, aunque minoritario, está fuertemente movilizado y radicalizado, incluso contra la propia democracia representativa. Cabe resaltar que el expresidente Trump no solo ha sido permisivo con los grupos neonazis y supremacistas que lo respaldan, sino que en los últimos tiempos de su presidencia hizo todo para que un desenlace como el de la invasión al Capitolio tuviera lugar.  

La semana pasada, cuando se concretó la retirada de los últimos militares estadounidenses en Afganistán, el presidente Joe Biden pronunció un discurso en el que puso de relieve la importancia de haberle puesto fin a una guerra eterna. “La pesadilla de Afganistán ha terminado”, fue la primer frase de aquel discurso y síntesis de lo que quiso transmitir. Esta semana, Biden pronunció otro discurso, ahora sobre la pandemia. Allí ultimó a los ciudadanos estadounidenses que no se quieren vacunar. “Hemos sido pacientes, pero nuestra paciencia se está agotando", le dijo el mantario al cerca del 20% de los estadounidenses que no quieren ser inoculados. Los no vacunados constituyen hoy en día un tema máxima relevancia para Biden, ya que son un obstáculo para la vuelta a la normalidad y en consecuencia para la recuperación económica. Donald Trump, quien goza del apoyo mayoritario en los sectores antivacunas, en un discurso para sus seguidores les recomendó que se vacunen y reconoció que él lo había hecho. "Dense la vacuna. Yo lo hice y es bueno", dijo y fue abucheado por parte de la audiencia. "Ok, son libres. Pero yo lo he hecho y si no funcionase ustedes serían los primeros en saberlo", agregó ante el desagrado de los propios. 

En estos 20 años, en algún punto Estados Unidos asemejó a su enemigo al usar el secuestro y la tortura en su guerra contra el terror. La muerte de inocentes y niños en grandes cantidades se terminó pareciendo bastante a los ataques terroristas en cuanto a sus consecuencias sobre la población civil.

Pero sobre todo, si luego de los atentados la amenaza para Estados Unidos estaba fuera de su territorio, escondido en las montañas de Afganistán, hoy su principal amenaza está puertas adentro. Es la propia sociedad fracturada y el radicalismo que anida en ella.

20 años después del atentado a las Torres Gemelas, Estados Unidos se ha convertido en su propio enemigo. 

 

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