Un cuerpo armado del campo

Los milicianos rurales de las Invasiones Inglesas

En tiempos del Virreinato del Río de la Plata, existió una milicia que estaba compuesta por trabajadores rurales, que tuvo por misión la custodia de las orillas de Buenos Aires ante un ataque inminente de las tropas británicas en 1807.

Por Gabriel O. Turone | 03-07-2020 02:00hs

A nadie escapa el dato rigurosamente cierto de que, desde sus orígenes, los ejércitos patrios se nutrieron de un enorme porcentaje de gauchos o paisanos entre sus milicianos. La normativa para que esto sea posible, provenía de algunas leyes que se traducían en las famosas levas para “enganchar” a los gauchos por largos y penosos años en el servicio de las armas, casi siempre sin recompensas a la vista y con la única opción de dar la vida o sobrevivir a una contienda, de la que regresaban quizás más empobrecidos que cuando se vistieron el uniforme de tal o cual batallón.

Años antes de consagrado el grito de Mayo de 1810, todavía bajo el dominio virreinal, las fuerzas británicas hicieron un primer intento de invasión en el Plata en los últimos días de junio de 1806, al mando del general William Beresford. En Buenos Aires apenas existía un puñado de regimientos de origen español mal armados y con el insuficiente adiestramiento para enfrentar a las experimentadas tropas de la Pérfida Albión. Ello provocó la toma de la ciudad portuaria por el lapso de un mes y medio, hasta que, con la súbita reorganización de españoles y criollos, se logró revertir la vergonzante situación de dominación cuando, el 12 de agosto de 1806, los británicos se rindieron ante el virrey Santiago de Liniers y Bremond.

Pasaba, de este modo, la Reconquista de Buenos Aires, pero sobrevolaba en las autoridades del Virreinato una sospecha cada vez más creciente de un nuevo intento armado de Gran Bretaña. Ello fue motivo suficiente para que, entre los últimos meses de 1806 y los primeros de 1807, se crearan nuevos cuerpos de milicias en donde estuvieran incluidos, esta vez, los nacidos en Buenos Aires y alrededores, es decir, los criollos.

El más recordado de estos cuerpos será la Legión de Patricios Voluntarios Urbanos de Buenos Aires, más conocido por Regimiento de Infantería 1 ‘Patricios’, pero aquí nos referiremos al Cuerpo de Labradores y Quinteros, la primera tropa compuesta totalmente por trabajadores rurales de nuestra historia.

De neta raigambre campera, el Cuerpo de Labradores y Quinteros debe su creación al mes de octubre de 1806, cumpliendo, desde entonces, la función de custodiar los extramuros de Buenos Aires, lo que se traduce como las afueras u orillas de la ciudad. El jefe de este Cuerpo era el teniente coronel Antonio Luciano de Ballester, quien era agricultor de profesión. Había asumido como tal recién el día 13 de marzo de 1807 por nombramiento de la Audiencia Real.

También denominado Cuerpo de Labradores Voluntarios de Caballería de Buenos Aires, esta milicia rural se componía de dos Escuadrones que, a su vez, se subdividían en 6 Compañías, alcanzando una tropa de 310 a 332 hombres entre Caballería e Infantería. El Estado Mayor tenía dos tenientes coroneles (el citado Ballester y Juan Clavería), siete capitanes, diez tenientes y seis alférez.

La particularidad de esta unidad, era que todos sus miembros eran labradores, matarifes y arrieros que trabajaban en las chacras o chacaras del hoy oeste y norte porteños, pues, donde ahora se establecen los barrios capitalinos de Flores, Floresta, Villa Luro, Liniers, Mataderos, Lugano, Villa Real, Devoto, Versalles, Villa Pueyrredón y Saavedra, por esos años eran grandes parcelas explotadas para la agricultura y la ganadería. Y precisamente, esos terrenos eran los extramuros u orillas que debían patrullar los milicianos del Cuerpo de Labradores y Quinteros cuando fueron convocados.

Contaban con dos tipos de uniformes, los cuales en muy poco se diferenciaban entre sí, prevaleciendo el color azul de su chaqueta abotonada, sombrero cilíndrico con pluma blanca, botas negras granaderas, y sable y fusil como armamento. Una de las variantes era el uso de una escarapela colorada, y que la pluma podía ser blanca o colorada. Alguna otra particularidad consistía en el uso, o no, de faja y correaje de color blanco.

Como dice el doctor en Historia Julio Mario Luqui-Lagleyze, este Cuerpo de Labradores y Quinteros no llegó a entrar en combate cuando los británicos desembarcaron el 28 de junio de 1807 en Ensenada para dar inicio a la Segunda Invasión Inglesa. Por esa razón, a partir del 7 de julio de 1807, que es cuando vencen nuevamente las tropas criollas y españolas a los británicos, los más de trescientos milicianos recibieron la orden de volver a sus cotidianas labores de campo.

Volverán a reunirse en septiembre de 1810, ya pasados los acontecimientos del 25 de mayo de ese año, pero lo hicieron bajo otro nombre: Lanceros Cívicos de Caballería, y aún bajo la jefatura de Antonio de Ballester. Una disposición del 8 de septiembre del año mencionado, hizo que la unidad tomara otro nombre, esta vez como Guardia Cívica de Caballería.

Un poco mejor organizadas las unidades militares que debían expandir hacia el interior del país los ideales de Mayo de 1810, desdibujaron, de a poco, a la veterana unidad de los labradores de la campaña. Hasta que un buen día, ya con los clarines guerreros sonando en otras latitudes como el Paraguay o el Alto Perú, dejó de existir para siempre. No obstante, el pintoresquismo de su origen y la composición de su fuerza han perdurado en la memoria colectiva de nuestro pueblo.

 

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