Opinión

Lula da Silva y el canto de Brasil

Los motivos del regreso de Lula al poder están en los logros de gestión durante sus ocho años en el Gobierno. Lula escuchó y representó a los históricamente postergados.

Por Ignacio Lautaro Pirotta | 30-12-2022 01:19hs

Nadie escuchó/  un sollozo de dolor/ en el canto de Brasil. Un lamento triste/ siempre resonó/ desde que el indio guerrero/ fue para el cautivero/ y desde allí cantó. El negro entonó/ Un canto de rebeldía por los aires/ Del Quilombo dos Palmares/ Donde se refugió. Y de guerra en paz/ De paz en guerra/ Todo el pueblo de esta tierra/ Cuando puede cantar/ Canta de dolor. Y Resuena de noche y día/ Es ensordecedor/ Pero qué agonía/ El canto del trabajador. Ese canto que debía/ Ser un canto de alegría / Suena solo como un sollozar de dolor.

Canto das três raças, Mauro Duarte / Paulo Pinheiro  (fragmento).

 

Lula regresa al Palacio del Planalto, sede del gobierno brasileño, a 20 años de haber puesto un pie en él por primera vez, y 12 años después de haberlo dejado con un 88% de aprobación. La respuesta al por qué vuelve - es decir, a por qué fue elegido por los brasileños-, es bastante sencilla: en esencia fueron los logros de esos ocho años de gobierno los que lo pusieron de nuevo en el Planalto.

Cuando se repasa los gobiernos de Lula se suele mencionar siempre, y con justicia, los 36 millones de brasileños que salieron de la pobreza y los 42 millones que pasaron a engrosar la clase media. “Por primera vez en la historia de este país…” fue un latiguillo en los discursos de Lula (y lo volvió a ser en la reciente campaña), completado con diferentes logros. Por primera vez en la historia del país alguien escuchó aquel sollozo de dolor en el canto de Brasil que menciona el samba Canto das três raças.

En su discurso de asunción, el primero de enero de 2003, en un fragmento que se puede ver en el documental de Petra Costa, Al filo de la democracia, Lula decía: “Brasil conoció la riqueza de los ingenios y de las plantaciones de caña de azúcar en los primeros tiempos coloniales; pero no venció el hambre (mas não venceu a fome). Proclamo la independencia nacional y abolió la esclavitud; pero no venció el hambre. Conoció la riqueza de las minas de oro, en Minas Gerais, y de la producción de café, en el Valle de Paraíba; pero no venció el hambre. Se industrializó y forjó un notable y diversificado parque productivo; pero no venció el hambre. Eso no puede continuar así”. Vencer a fome, uno de los grandes objetivos que persiguió Lula y el PT. “Si al finalizar mi mandato, todos los brasileños tienen la posibilidad de desayunar, almorzar y cenar, habré cumplido la misión de mi vida” dijo en más de una ocasión.

En el año 2014 llegaría una formalización de esa victoria sobre el hambre cuando la Unesco quitó a Brasil del llamado “mapa del hambre” global. “Yo siempre soñé que era posible transformar el hambre de un problema social y estadístico a un problema político”, dijo al recibir el Premio Mundial de Alimentación, en 2011.

Lula siempre vinculó las cuestiones sociales a la democracia. En el foro de Davos de 2007, por ejemplo, decía: “La consolidación del proceso democrático de nuestro país no está en el discurso que tengamos la capacidad de hacer. Está en la capacidad de distribución de renta que podamos hacer, para que el pueblo pueda sentir, de forma muy categórica, que vale la pena creer en la democracia”.

Dejando al margen las diferencias del Brasil de hace veinte años con el de ahora y las del contexto internacional, también hay cambios importantes en la política brasileña. Los principal es la desaparición de la vieja lógica que tenía al Partido de los Trabajadores y al PSDB como los principales partidos a nivel nacional, haciendo de oposición y oficialismo. La Lava Jato primero, y Bolsonaro después, (cual terremoto y tsunami) barrieron con eso.

La formación del gabinete de Lula incluye a 9 partidos diferentes a la cabeza de las 37 carteras. Por debajo la menage gubernamental ha de ser mayor, sin dudas. Entre esos 9 partidos se encuentra, por ejemplo, el Unión Brasil, un partido de lo que se puede definir como la derecha tradicional (pre Bolsonaro). La genealogía de este partido se remite al PFL (Partido del Frente Liberal), un partido que formó parte de la coalición de Fernando Henrique Cardoso (FHC) en los noventa (a la derecha de este, que gozaba de la etiqueta de socialdemócrata). Antes, a los vestigios del partido ofialista durante la dictadura. El Unión Brasil surge también de la reciente fusión del ex PFL con el PSL por el que Bolsonaro llegó a la presidencia en 2018. Frutilla del postre: es el partido al que pertenece el senador electo Sergio Moro, el lawfare boy que condenó a Lula.

El cuadro se completa con partidos del llamado Centrão, que estuvieron con Bolsonaro, pero también anteriormente con Dilma y con Lula. Por supuesto también hay ministros del PT y de otras fuerzas de izquierda, incluyendo a Marina Silva en Medio Ambiente. Simone Tebet, casi una estrella en ascenso en la política brasileña, tendrá lugar en Planeamiento. El caso de Tebet también es interesante para ver si hay reacomodamientos en el viejo MDB (el partidão, que ofició de oposición durante la dictadura; que luego tuvo como principal referente a Michel Temer). Tebet sacó el 4% en las presidenciales, pero se posicionó hábilmente en el plano nacional. ¿Disputará con los caudillos provinciales del viejo gran partido brasileño?

Cuál es la melodía que saldrá de semejante coalición gobernante del Lula III es toda una cuestión. Cómo se mantendrá la armonía. Cuál ritmo impone esa formación. Cuáles serán los silencios, que también hacen a la música. Brasil, un país musical.

“El gobierno impone que para que uno pueda hacer el cincuenta por ciento de lo que quiere, ha de permitir que los demás hagan el otro cincuenta por ciento de lo que ellos quieren. Hay que tener la habilidad para que el cincuenta por ciento que le toque a uno sea lo fundamental”. La cita es de Juan Domingo Perón, en Conducción Política.

Lo fundamental en este nuevo gobierno de Lula seguramente pase por la representación de los históricamente postergados. Dentro del amplio espectro de problemáticas y políticas necesarias en esa línea, la cuestión del hambre posiblemente tenga centralidad. Tal vez como un tema irrenunciable.

Lo que Lula logró en última instancia en sus años en el gobierno fue representar a esa masa de brasileños que nunca habían sido escuchados (la excepción es Getúlio Vargas, con las leyes laborales). Aquellas deudas históricas que se remontan a la colonización, la esclavitud y el persistente hambre (a fome) a pesar, como decía Lula en 2003, de las riquezas de la caña de azúcar de Bahía y Pernambuco, el oro de Minas Gerais o los cafetales de San Pablo. Ese gran “mas nao venceu a fome” (pero no venció el hambre), que repitió Lula. Ese canto del trabajador que nadie nunca antes escuchó. Representar eso fue el leitmotiv de Lula.

Hoy vuelve (volta) Lula, y seguramente propondrá que el canto del Brasil sea un bello, digno y enorme voltar a vencer a fome. Volver a vencer el hambre. Ojalá que así sea.

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