FATALIDAD O INCAPACIDAD POLÍTICA

¿Por qué nos cuesta TANTO ponernos de acuerdo?

Esta editorial está dirigida a los argentinos que quieran vivir en nuestro país en una sociedad con convivencia, pluralismo, paz social y, sobre todo, previsibilidad. Nada hace más daño a la vida de los seres humanos que la incertidumbre. Y la pregunta retórica del título pone de manifiesto mi preocupación, como argentino, por la falta de políticas de Estado que nos permitan construir el país que nos merecemos.

Por Jorge Pirotta | 12-03-2023 07:00hs

Muy posiblemente, vas a encontrar aquí más interrogantes que afirmaciones. No es mi intención señalar o acusar a nadie en particular, si bien no puedo obviar pensar en los distintos sectores económicos, políticos y sociales que tienen responsabilidad e incidencia en vida nacional.

Mi humilde intención es hacerte un pedido, como ciudadana, como ciudadano: reflexionemos sobre este problema, bueno, al menos yo lo considero un problema, y veamos qué podemos aportar cada uno de nosotros para solucionarlo.

Tal vez podamos empezar intercambiando opiniones con nuestros amigos y familiares, tal vez pidiéndole a algún político, empresario o sindicalista que conozcamos que se tomen este asunto en serio. No sé cuál es el mejor camino para seguir en cada caso, vos seguramente sí sabrás qué podés hacer. Pero de lo que estoy convencido es que de nada sirve quejarse en soledad. Hay que unir voluntades, amalgamar pensamientos y ayudar con acciones y actitudes más que con palabras a que empecemos a entendernos, que empecemos a privilegiar los acuerdos por sobre los desencuentros.

La historia de nuestro país nos demuestra que la dificultad para ponernos de acuerdo arranca desde nuestras propias raíces como nación. Tuvimos un siglo XIX plagado de luchas fratricidas, un siglo XX con el surgimiento de fuerzas políticas nacionales y populares intentando generar o ampliar los derechos ciudadanos, pero teniendo que soportar golpes de estado y la consiguiente inestabilidad institucional.

En este 2023 vamos a cumplir nuestros primeros 40 años de vigencia ininterrumpida del sistema democrático de gobierno establecido en nuestra Constitución Nacional. Cuatro décadas de gobiernos electos por el pueblo. Sin dudas es para destacarlo y para estar orgullosos. Pero no podemos ni debemos pasar por alto que, a pesar de elegir a nuestros gobernantes durante estas cuatro décadas, los problemas más cruciales de nuestra sociedad siguen sin estar resueltos.

Tenemos desocupación en un país en el que está todo por hacer, tenemos hambre en un país que produce alimentos para diez veces o más nuestra población, sufrimos hacinamiento en los gigantescos conglomerados urbanos y la mayor parte de nuestro territorio está despoblado. ¿Hace falta que siga enumerando? La moneda nacional se deprecia constantemente, la inflación se come los salarios vorazmente, está fuertemente corroída la cultura del trabajo y tenemos una deuda externa que nos condena por generaciones… ¿A dónde vamos a ir a parar?

Ningún país ha florecido en el mundo sin tener políticas de largo plazo, políticas de Estado que estén por encima de las lógicas diferencias que pueden existir en su sociedad. Pero en la Argentina seguimos sin poder contar con acuerdos de esa magnitud, de esa trascendencia.

Muchas veces, con razón, los empresarios reclaman previsibilidad, indispensable para poder prosperar, pero los trabajadores y el pueblo en general sufren igualmente la falta de previsibilidad.

Y para complicar más este asunto, este año tenemos elecciones nacionales, provinciales y municipales, todo junto. Tal vez sea el peor momento para bregar por un gran acuerdo de mayorías nacionales, ¿no? Pero, entonces, ¿cuándo es el momento más oportuno? ¿qué tiene que suceder para que nos demos cuenta de que tenemos que remar todos para el mismo lado?

Los países que entraron en guerra tuvieron forzosamente que buscar acuerdos globales para enfrentar a sus enemigos.

Algo así pasó al comienzo de la maldita pandemia, cuando se mencionó al virus como “el enemigo invisible”. Sinceramente, en medio de lo terrible que era la situación, creo que muchos argentinos y argentinas nos sentimos orgullosos al ver a nuestros dirigentes políticos unidos para enfrentarla.

Pero ¿cuánto duró esa conciencia de unidad nacional? Dejo la respuesta a quien está leyendo. Tampoco quiero echar culpas individuales, la responsabilidad es colectiva, de los dirigentes y del conjunto de la sociedad también.

Hace más de medio siglo no regían las instituciones constitucionales; gobernaba una de las tantas dictaduras cívico-militares que padecimos. Los militares tenían el poder de permitir al país que retomara la senda democrática, pero también tenían el poder para sostener un sistema autocrático de gobierno basado en las decisiones de una junta militar y un presidente de la nación por debajo de ella.

Como lamentablemente ocurrió (y ocurre) en muchas ocasiones, los partidos y movimientos políticos populares estaban divididos y enfrentados, por múltiples causas y por historias muchas veces de personalismo.

Después de más de 17 años de exilio, el 17 de noviembre de 1972, el expresidente Juan Perón pudo regresar al país. Con una maniobra perversa, por supuesto de dudosa legalidad, la dictadura lo había proscripto, él no podía ser candidato. Pero había tenido mucho tiempo para reflexionar y para analizar ese presente, el pasado y el futuro de nuestro país. Había una enorme expectativa por su regreso.

Dos días después, el 19 de noviembre de 1972, en la histórica casa de la calle Gaspar Campos, en el partido de Vicente López, Perón recibió la visita de su archi adversario, el líder radical don Ricardo Balbín.

El “Chino”, como lo apodaban, fue un acérrimo opositor del gobierno de Perón y el general no fue para nada complaciente con su adversario, a quien le hizo sacar los fueros por votación de la Cámara de Diputados (Balbín era el presidente del bloque de 44 diputados de la Unión Cívica Radical del Pueblo) y terminó metiéndolo preso en la cárcel de Olmos.

Para poder ver a Perón, Balbín tuvo que saltar una tapia de la casa lindante, ya que el frente estaba copado por la militancia peronista que clamaba por su líder.

Ahí sucedió algo que pasó a la historia: el abrazo de Perón y Balbín. Fue un mensaje de unidad nacional, de pacificación de los espíritus, de mirada hacia el futuro, hasta lo definiría como un mensaje de necesaria amistad. Por algo, poco menos de dos años después, cuando falleció el general, Balbín lo despidió con una frase que lo dijo todo: “Este viejo adversario despide a un amigo”.

Por supuesto, ese abrazo no se produjo de un día para otro. Hubo todo un proceso anterior en el cual el delegado de Perón, Jorge Daniel Paladino, hizo de intermediario, de mensajero, entre el exiliado y el radical.

Dos años antes, el 25 de septiembre de 1970, Perón le había escrito a Balbín, encabezando su carta con un “Estimado compatriota”.

Después hacía referencia al informe que le llevó su delegado Paladino: “me ha enterado de la conversación que ha mantenido con usted y de las ideas por usted sustentadas con referencia a la situación que vive el país y deseo manifestarle que las comparto totalmente.”

Continuaba la carta afirmando: “Tanto la Unión Cívica Radical del Pueblo como el Movimiento Nacional Justicialista son fuerzas Populares en acción política. Sus ideologías y doctrinas son similares y debían haber actuado solidariamente en sus comunes objetivos. Nosotros, los dirigentes somos probablemente los culpables de que no haya sido así. No cometamos el error de hacer persistir un desencuentro injustificado”.

“Tanto Usted como yo ‘estamos amortizados’, casi ‘desencarnados’. Ello nos da la oportunidad de servir a la Patria en los momentos actuales, ofreciendo una comprensión que nos haga fuertes para enfrentar, precisamente, la arbitrariedad de los que esgrimen la fuerza como única razón de su contumacia".

Y más adelante sostenía: “Separados podríamos ser instrumentos, juntos y solidariamente unidos, no habrá fuerza política en el país que pueda con nosotros y, ya que los demás no parecen inclinados a dar soluciones, busquémoslas entre nosotros, ya que ello sería una solución para la Patria y para el Pueblo Argentino. Es nuestro deber de argentinos y, frente a ello, nada puede ser superior a la grandeza que debemos poner en juego para cumplirlo”.

Cerca de dos meses después, el 11 de noviembre de 1970, se firmó un documento multipartidario al que se denominó “La Hora del Pueblo” y que dio su nombre al agrupamiento de partidos políticos argentinos que se unieron para presionar a la dictadura militar de entonces para que abriera una salida electoral que permitiera instalar en la Casa Rosada un gobierno elegido democráticamente.

Fueron hechos muy significativos, provocados por el accionar de dos líderes de enorme influencia entre sus seguidores, pero líderes que en un momento llegaron a odiarse entre sí, que se habían enfrentado duramente. Sin embargo, tuvieron la capacidad de encontrarse, de dialogar y de poner, por encima de sus diferencias, el destino de la nación.

Esa actitud “sanmartiniana” de poner los intereses personales o de sector a un costado para mirar las altas cumbres de la Patria, que son los intereses del Pueblo, no la registro en nuestros dirigentes en años posteriores.

Lo más cerca de esa actitud, de ese clima, para mí, fue lo ocurrido durante el gobierno de emergencia del Dr. Eduardo Duhalde, surgido del acuerdo parlamentario después de la brutal crisis de diciembre de 2001. La situación era extremadamente difícil y conflictiva, y ese presidente de la nación llamó a todos los sectores, los sentó alrededor de una mesa, y empujó los acuerdos mínimos e indispensables para retomar una senda de paz y de crecimiento. Ahí hubo muchos dirigentes, políticos, sociales, empresariales y miembros de la Iglesia que contribuyeron a generar políticas ante las urgencias.

Sin embargo, han pasado ya veinte años de esos dramáticos días, semanas y meses de angustia, y a pesar de todos los problemas que tenemos, y del enorme, gigantesco potencial que tiene nuestro país, no hemos aprendido a ponernos de acuerdo en políticas básicas, esenciales para tener un país previsible, donde todos sepamos hacia dónde vamos.

Para lograr algo así nuestros dirigentes debieran trabajar incansablemente para llegar a acuerdos, para conciliar intereses, porque lógicamente cada sector defiende lo suyo, pero si cada sector lo único que piensa y defiende es lo suyo sin importarle el conjunto, entonces vamos a la desintegración.

Tenemos un país con recursos naturales, algunos muy requeridos en el mundo como el agua. Tenemos litio, minerales, petróleo, gas, capacidad energética solar y eólica, tenemos tierras fértiles, tenemos espacios sin ocupar que pueden modificarse a favor de la producción y por lo tanto del asentamiento humano, tenemos un pueblo maravilloso, cuyo corazón argentino y su madurez se demostraron en los festejos del triunfo de nuestra Selección Nacional en el Mundial de Qatar, tenemos inteligencia, miles de técnicos y profesionales lo demuestran a diario, en nuestro país y en el extranjero. Tenemos todo lo necesario para ser un gran país con un pueblo feliz y seguro de su felicidad futura.

¿Qué nos falta?

Te dejo a vos la respuesta.

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