OPINIÓN

Químicos y alimentos

Por Gerardo Gallo Candolo | 30-05-2020 10:30hs

Los consumidores somos cada vez más exigentes, y eso es otra razón por la cual la producción hace las cosas cada vez mejor. Pero el productor, dado su condición de introvertido, pocas veces se ha preocupado en explicarle al resto de la sociedad su trabajo, tampoco lo hace bien la industria química ni la propia biotecnología.

La autorización para registrar un nuevo fitosanitario en Argentina es muy exigente, detrás de cada producto hay años de investigación y decenas de pruebas que ordena el Senasa (Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria). El grado de toxicidad de cada producto está dado por las cantidades en que puede hacer daño al ser ingerido, inhalado o/y poner en contacto con la piel. Con todos esos parámetros el Senasa los cataloga en una banda que va del "verde" (normalmente no ofrecen peligro), "azul" (poco peligroso), "amarillo" (moderadamente peligroso) y "rojo" los más peligrosos.

Los agroquímicos usados en la actualidad, en su gran mayoría pertenecen a las bandas verde y azul, es por eso que los esfuerzos hoy apuntan más al buen uso de los mismos dentro de las llamadas “Buena Prácticas Agrícolas”. Es que muchos de los productos que tenemos en nuestros hogares, sobre todo los de limpieza como la lavandina, son más tóxicos que la mayoría de los actuales plaguicidas agrícolas, de ahí la importancia de saber utilizarlos bien, en dosis, momentos, formas de aplicación, coadyuvantes, clima etc.

Hay una corriente de opinión encauzada por diferentes organizaciones ambientalistas, en su mayoría con buenas intenciones, que piensan que se puede producir sin agroquímicos. Eso no se duda, es posible pero a un costo mayor, porque los rindes serían menores y con más mano de obra lo que encarecerían el producto, y con calidades en muchos casos discutibles, sobre todo en cultivos extensivos.

No se puede volver atrás en los rendimientos unitarios ni en la calidad de nuestra producción.

Lo que si se descarta es la inocuidad de esa producción, ya que sus protocolos incluyen productos naturales como desechos animales que pueden estar infectados por patógenos peligrosos. El caso de las 15 muertes y centenares de intoxicados en Alemania en mayo del 2011 es prueba de ello. La crónica explicó que la infección arrancó de unos pepinillos contaminados por la bacteria intestinal Eschericia Coli, supuestamente provenientes de una huerta orgánica de España. Aunque los compromisos comerciales en Europa frenaron muchas acciones, y hasta se puso en duda el origen de los productos infectados, lo cierto es que el daño mortal existió.

La realidad es que la proyección del crecimiento de la población mundial, nos marca un crecimiento en más de 3.000 millones de personas en los próximos 30 años, con una mayor demanda de alimentos en calidad y cantidad por persona, lo que hace imprescindible duplicar nuestra producción. La Argentina es el único país del mundo capaz de aumentar la exportación de alimentos por su baja población, la calidad y conocimiento de sus productores y la extensión de sus tierras productivas.

Hay muchas cosas a discutir en este fenómeno de crecimiento donde debemos mantener, e incluso mejorar nuestros recursos: reposición de nutrientes, dobles cosechas, rotaciones apropiadas, extensión de nuestras fronteras agrícolas, uso de la biotecnología, etc., lo que no se puede hacer es volver atrás en los rendimientos unitarios ni en la calidad de nuestra producción, y para lograr esos objetivos no se puede ignorar el aporte de la química a la agricultura moderna

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