ANÁLISIS INTERNACIONAL

Trump: del asedio a la democracia al asalto al Capitolio

En el año 2019, el politólogo argentino Andrés Malamud usó la metáfora de la democracia asediada para describir la crisis del régimen de la que se han ocupado numerosos autores. El 6 de enero de 2021, esa metáfora ganó literalidad con el asalto al Capitolio.

Por Ignacio Lautaro Pirotta | 09-01-2022 11:00hs

En el año 2019, el politólogo argentino Andrés Malamud escribió en la revista Nueva Sociedad que, aunque lejos de estar muriendo, la democracia estaba asediada desde adentro por los populismos, y desde afuera por las autocracias. Los dos grandes representantes de ese asedio eran los propios Estados Unidos, de Donald Trump, y el régimen Chino. Sin embargo, en el mar de opiniones existente, desde hace ya algunos años, acerca de si la democracia está en crisis y en qué tipo de crisis, Malamud ponía énfasis, de manera optimista, en la capacidad adaptativa de la democracia que después de todo "siempre ha sido el más adaptable de todos los regímenes conocidos".

La metáfora de una democracia asediada para describir la realidad, de aquel escrito de Malamud, ganó literalidad. Hace un año, el 6 de enero de 2021, simpatizantes de Trump invadieron el edificio del Congreso estadounidense para intentar evitar lo que ellos consideraban un fraude: la asunción del nuevo presidente, Joe Biden. Los manifestantes primero se congregaron frente al Capitolio, y luego ingresaron a él derrumbando los vallados y atacando a las fuerzas de seguridad. El asedio a la democracia se convirtió literalmente en un asalto. 

Los resultados de aquello fueron múltiples y en diferentes sentidos. 5 muertes, decenas de detenidos, más 700 personas con cargos presentados por el Departamento de Justicia y un Donald Trump acusado civilmente por incentivar el asalto. Internacionalmente sin dudas significó un daño a la imagen del país. Internamente a Biden le sirvió para marcar el contraste con su antecesor. Su discurso de esta semana sobre el 6 de enero plasmó esa utilización a la perfección. “No permitiré que nadie ponga un puñal en la garganta de la democracia”, fue su frase más contundente.

Pero uno de los resultados más inquietantes es que, a un año de los acontecimientos, no ha habido una fractura total dentro del Partido Republicano. Básicamente prevalece la estrategia de no confrontación con Trump, aún cuando es sabido que el viejo establishment republicano siempre tuvo recelos del magnate devenido en líder político.

Lo que explica el fenómeno es la penetración del trumpismo en la sociedad estadounidense, específicamente dentro del universo de votantes republicanos. Trump ha sabido adentrarse como pocos en la vieja división social entre republicanos y demócratas, entre conservadores y luchadores de los derechos civiles, entre los estados costeros y la América profunda. Ha encarnado el liderazgo de una de esas partes, atizando las viejas divisiones con virulencia. Pero por sobre todo, ha sabido representar a los que se sentían sin voz y traicionados por la clase dirigente estadounidense. Esos dardos envenenados de la antipolítica también son contra el establishment del Partido Republicano.

En 2016, la renovación de la dirigencia republicana vino de la mano de un outsider -nada joven, por cierto-, proveniente del mundo empresarial, y que prometía acabar con el establishment político en general. Trump conquistó la nominación habiendo sido subestimado por la dirigencia republicana que hoy no consigue quitárselo de encima.

Una muestra gráfica de esa dificultad para la dirigencia republicana la dio este semana el senador Ted Cruz, uno de los republicanos derrotados en 2016, quien el miércoles pasado en el Congreso se refirió a la invasión como “un violento ataque terrorista contra el Capitolio”. Cuestionado por partidarios y medios republicanos, Ted Cruz fue el día jueves a un programa de Fox News, afín al trumpismo, para matizar sus declaraciones. Según dijo, aquellas palabras fueron un desliz, ya que él no pretendía tachar de terroristas a todos los manifestantes, sino tan sólo a aquellos que habían perpetrado ataques físicos contra las fuerzas de seguridad. La justificación del senador de Texas no fue tomada en serio ni por el conductor del programa, el trumpista Tucker Carlson, ni del otro lado, por la CNN, donde recordaron todas las veces que Cruz se refirió a los hechos como un “ataque terrorista”.

De acuerdo a una encuesta online de Axios/Momentive (con una muestra de 2.649 casos, entre el 1 y el 3 de enero y un margen de error de +/-2 puntos), 26% de los americanos dicen que Joe Biden no ganó las elecciones de forma legítima y un 16% no está seguro. Esos números son mucho mayores entre los republicanos. Una de las conclusiones de la encuesta, de acuerdo a Laura Wronski, senior manager de ciencia de investigación en Momentive, es que “la división partidaria sigue siendo la gran historia”.

El asalto al Capitolio puede no haber constituido un peligro real de quiebre democrático, y es fundamentalmente un hecho con peso simbólico, pero fue la frutilla del postre de la ponzoña inyectada por Trump durante meses y que encuentra terreno fértil en la profunda división estadounidense.

A sus históricos antecedentes antidemocráticos, Trump le sumó en el final de su presidencia el hecho de haber incentivado el ataque al Capitolio, negar el resultado de las elecciones e incluso promover el fraude. Nada garantiza que la próxima vez se mantenga dentro de las reglas de juego democráticas. En consecuencia, no es exagerado afirmar que el asedio a la democracia estadounidense seguirá latente mientras Donald Trump continúe siendo protagonista. Así, queda abierto el interrogante de si en el futuro el asedio se convertirá nuevamente en alguna forma de asalto a la democracia.

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