OPINIÓN

Control de plagas y su toxicidad

Por Gerardo Gallo Candolo | 25-05-2020 12:30hs

Apenas 100 años atrás se perdían más granos en los lugares de almacenamiento que en el propio campo, los roedores e insectos no tenían límites para su propagación. Las pandemias que afectaron a Europa durante siglos son muestras de ello, diezmando poblaciones con tanto impacto como las propias hambrunas. En otros casos produciendo movimientos poblacionales en masa, como la gran emigración irlandesa de mediados del siglo XIX por una enfermedad que afectó a la producción de papa, principal alimento del pueblo irlandés: era morir por inanición o emigrar.

El hombre buscó desde siempre solución al problema de las pestes de los cultivos y sus productos, entre cuyos antecedentes más antiguos podemos citar al uso del azufre por los griegos para combatir el mildiú (una enfermedad de la hoja) en la vid. Sin ir tan lejos, en nuestro país el combate contra la langosta a gran escala con el insecticida Dieldrin en 1955/56 permitió controlar la bíblica plaga en gran parte del territorio nacional.

La industria de los agroquímicos, nacida en los años 30, pero reimpulsada después de finalizada la segunda guerra mundial, empezó a dar solución al control de plagas, multiplicando la producción y reduciendo costos. Los primeros productos nacidos de esa industria tenían un grado de toxicidad muy distante de los actuales, es que las prioridades eran otras: ni en la misma Europa emergida de la contienda se fijaba en esos parámetros, había que zacear el hambre de los europeos y combatir las plagas que merodeaban en los escombros de un continente destruido: fertilizar, combatir plagas; producir era la única consigna.

Fertilizar, combatir plagas y producir era la única consigna.

Desde entonces mucho ha cambiado en Europa, hasta hace unos 25 años era común olfatear amoníaco al pasar delante de cultivos extensivos, ya que algunos fertilizantes se usaban en dosis más elevadas que las recomendadas. Es que los subsidios a la producción nacidos de aquellas consignas de postguerra seguían vigentes, no solo para favorecer la producción de alimentos, también se evitaba el éxodo de las poblaciones rurales a las ciudades.

Hoy, no solo se han quitado subsidios sino que se ponen límites a las fertilizaciones y aplicaciones de agroquímicos, aprovechando la entrada a la comunidad de países del este tampoco se subsidian producciones aunque se tenga que importar alimentos, es que las nuevas generaciones solo conocen el término apetito, desconociendo las hambrunas de sus antepasados.

Pero lo que si hace Europa es poner parámetros de calidad y límites de residuos de plaguicidas cada vez más exigentes a los alimentos que se producen dentro de sus fronteras, y con controles más severos para los que importa de terceros países.

Para los países proveedores de alimentos a Europa, entre los que se cuenta Argentina, esa es una razón más para hacer las cosas cada día mejor. Los agroquímicos utilizados hoy en nuestro paìs son menos tóxicos que un par de décadas atrás, además de utilizarse menos por unidad de superficie. Por supuesto que la biotecnología tiene mucho que ver en esto

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