ANTES DE VOLCARSE A LA POLÍTICA

Juan Manuel de Rosas productor agropecuario

Con tan solo 26 años escribió las “Instrucciones para los mayordomos de estancia” y las “Instrucciones para los encargados de las chacras”, donde intercala conceptos básicos de estas actividades con acotaciones de sus observaciones personales.

Por Marisa Massaccesi | 22-08-2021 09:00hs

Tal cual lo hicimos con Manuel Belgrano y San Martín hoy ,desde EL AGRARIO, nos referiremos a Juan Manuel de Rosas. No solamente como el restaurador de las Leyes o el estanciero más poderoso de Buenos Aires, y a la vez uno de los gobernadores con más consenso en toda la historia de la provincia, sino como lo describió el historiador Felipe Pigna, “desde su vocación por las tareas rurales”.

Nacido como Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rozas y López de Osornio en Buenos Aires, el 30 de marzo de 1793 fue un militar y político argentino y gobernador de la provincia de Buenos Aires. Llegando a ser, entre 1835 y 1852, el principal caudillo de la Confederación Argentina.

Su influencia sobre la historia de nuestro país fue de tal magnitud, que el período de la política nacional marcado por su dominio es llamado a menudo, la "época de Rosas".  

Cursó sus primeros estudios en el colegio privado que dirigía Francisco Javier Argerich, pero su educación escolar fue breve, ya que prefirió trabajar en el campo a estar en las aulas del colegio. Rosas pasó la mayor parte de su juventud en las estancias familiares aprendiendo la vida del campo y las costumbres de gauchos e indios.

Ya como propietario de la estancia “Los Cerrillos”, en San Miguel del Monte, organizó una compañía de caballería denominada “los Colorados del Monte” para combatir a los cuatreros que operaban en la zona pampeana.  Hacia 1817, teniendo 24 años, era un joven estanciero industrial que dirigió personalmente sus emprendimientos rurales.

De la estancia salían 10.000 fanegas de trigo, maíz, además de papas y otros cultivos, y con el transcurrir del tiempo fue subiendo en volumen. La arada, la siembra, el emparvado, la acumulación en la era, la siega, la trilla y el transporte a los molinos eran etapas en la que ponían a prueba los excelentes conocimientos tecnológicos para aquella época, que ocupaba muchísima mano de obra disciplinada.

 

La dirección de sus estancias le dio a Rosas un gran conocimiento sobre la vida y las costumbres de sus peones. "Me propuse adquirir esa influencia a toda costa; para ello fue preciso hacerme gaucho como ellos, protegerlos, hacerme su apoderado, cuidar de sus intereses, en fin no ahorrar trabajo ni medios para adquirir más su confianza", señaló entonces el joven estanciero.

Mientras se dedicaba a múltiples tareas en las estancias, los seguidores de Rosas y algunos que no pensaban como él, comenzaron a notar  las primeras transformaciones económicas en la colonia, que más tarde resultarían en la preponderancia de la hacienda como núcleo de la vida económica de la Argentina.

En sus años jóvenes, se empleó como administrador de la estancia familiar del Rincón de López, pero pronto decidió independizarse trabajando en proyectos propios vinculándose con Luis Dorrego, Juan Nepomuceno Terrero y los Anchorena, que eran sus primos.

Los historiadores lo describen como un administrador hábil y meticuloso. En una de su empresa junto a Terrero y Compañía, se dedicó a la compra de tierras, mejoramientos de las estancias y exportación de productos. El saladero, cuyas primeras plantas habían sido establecidas en 1810, fue aprovechado por la compañía y mejorado como productor de artículos para exportación, convirtiéndose  en el más importante saladero de carnes y pescados de la provincia y Juan Manuel de Rosas, a sus 33 años de edad, en los albores de la presidencia de Rivadavia, era ya un rico propietario, líder de un grupo muy compacto de hacendados y empresarios.

Debido a que las industrias relacionadas con el agro y los saladeros, iban viento en popa y que la transformación de la carne en tasajo o charqui era consumida en el mercado interno y exportado, Rosas planeó y creó sus propias vías de exportación mediante una flotilla de barcos y la utilización del puerto de La Ensenada, eludiendo a los ingleses y colocando su comercialización en Brasil, Jamaica y Cuba.

Dedicándose de lleno a las labores del campo, antes de incursionar en la política, la hacienda, la chacra agrícola y el saladero, eran el escenario en el que más se movía. Algunos historiadores sostienen que estos últimos estaban ubicados en Quilmes (quizás hoy jurisdicción de Lanús) como los establecimientos llamados “Las Higueritas”, dedicados exclusivamente a la salazón de carnes y pescado para la exportación efectuada por los puertos del Tuyú y Ensenada. Luego hubo saladeros en su propia estancia “Los Cerrillos”. Y ya, en 1839/40, cuando adquirió las tierras de Palermo para su casona instaló otro saladero en la desembocadura del Maldonado.

Bajo su liderazgo, se monopolizó el Abasto de la ciudad de Buenos Aires. Anticipó, además, la expansión de una economía ganadera en la década de 1820 y facilitó en parte la transición de Buenos Aires de capital del Virreinato a centro exportador de las estancias más provechosas, dentro del territorio de dominio indio.

Gracias a su trabajo directo en el campo desde muy joven, su experiencia hizo que entre en contacto con las masas campesinas, con gauchos, malones, peones, e indios. Rosas supo ejercer su autoridad sobre todos ellos debido a su actitud personal y carisma.

Con tan solo 26 años escribió las “Instrucciones para los mayordomos de estancia” y las “Instrucciones para los encargados de las chacras”, donde intercala conceptos básicos de estas actividades con acotaciones de su observación personal, en las que detallaba con precisión las responsabilidades de cada uno de los administradores, capataces y peones. Rosas las escribió en 1825 como papeles sueltos, que no tenía fines de publicación, sino la difusión entre sus trabajadores. En esos escritos, demostraba su capacidad para administrar simultáneamente varias explotaciones con métodos muy efectivos, en un anticipo de su futura capacidad para administrar el estado provincial.

 

Esos “papeles sueltos” fueron recopilados y se publicaron en el año 1856 con el nombre de Administración de estancias y demás establecimientos pastoriles en la campaña de Buenos Aires por la Imprenta Bonaerense. En las tareas que detalló Rosas en esos escritos no dejó nada librado al azar: abarcan todo el espectro de tareas, las poblaciones, manejo de las caballadas, vacunos y lanares, administración y hasta la forma en que se debía resguardar la quinta de aquellos animales dañinos.

Las instrucciones que aborda Rosas, son las cuestiones referidas a los pobladores de la campaña y a los que trabajaban en sus establecimientos, las construcciones rurales, la cría de hacienda, y demás instrucciones necesarias para llevar un establecimiento rural bien ordenado. En tal sentido, hace hincapié, entre otros temas, a la doma de potros y las tareas del capataz. “Debe haber el más delicado y puntual esmero en que el que trabaje en un caballo no lo remate, y que lo mude antes que se ponga pesado. No hay cosa más mala que rematar o cansar un caballo. De ello resultan las muertes y el consiguiente menoscabo”, escribió el caudillo.

En la recopilación de esas tareas se pone de relieve las enormes dificultades que tuvo Rosas para imponer sus planes como propietario dentro de un mundo rural complejo y convulsionado por la crisis revolucionaria, ya que le surgen problemas para fijar los límites de su propiedad, evitar las mezclas de ganado, la invasión de sus tierras.

El Licenciado en Ciencia Política; Docente de la UCES; secretario del Instituto Nacional Juan Manuel de Rosas, Pablo Vázquez, resaltó la gran obra del caudillo: “Algunos lo vieron como un simple manual de administración agropecuaria, otros como la representación del "orden rosista", o un mero prolegómeno ideológico del desarrollo de su "tiranía". Pocos le prestaron atención al cuidado sanitario, sentido de higiene para no generar enfermedades y control de plagas de este texto, práctico para el manejo de sus subordinados en sus dominios, mediando entre la práctica rural y sus experiencia rural para el manejo racional de sus estancias.”

La información volcada en “el manual de instrucciones” demuestran la gran pasión que tenía por los caballos. Adolfo Saldías, historiador, abogado y militar argentino en su libro “Historia de la Confederación” dijo que Rosas en 1820 solía montar un tordillo de cabos negros, de gran caja y manos firmes, nerviosas y atrevidas.

 

En los años 1833/1834 montado en un “bayo” comandó una campaña contra los indios de la Provincia de Buenos Aires, La Pampa y norte de la Patagonia, en la que rescató 2000 prisioneros y pactó una paz con la indiada que perduró por 20 años. Por esta acción, la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires le otorgó el título “Restaurador de las Leyes”. Ese caballo Bayo que tanto apreciaba se lo había regalado un buen amigo, Claudio Stegmann quien se lo obsequió en agradecimiento por un permiso que obtuvo  para establecer una pulpería en el partido de Pilar.  El caballo tuvo un mal fin, puesto que lo mató un yaguareté. Rosas comentaba “fue el mejor caballo que he tenido y tendré jamás”. Su destreza y habilidad como jinete, era tal, que hasta era reconocida por Domingo Faustino  Sarmiento, su mayor oponente político.

Como gobernador dictó varias leyes sobre tierras públicas. La Ley Agraria del 10 de mayo de 1836, que restableció la propiedad de la tierra, se daba opción de compra a los enfiteutas que poseían la tierra, pero pagando sus alquileres atrasados y abonando un "justo precio" por cada legua; si no lo hicieran, se la vendería en suertes de estancia (media legua por legua y media) a quien pagase mejor precio. Como la mayor parte de los enfiteutas no quisieron comprar, Rosas les anuló sus concesiones, el 28 de mayo de 1839, y puso en venta las "suertes de estancias", con aviso de remate en los periódicos. La respuesta de los enfiteutas fue la revolución de los estancieros del sur (que algunos llaman de "los libres del sur") de noviembre de 1839

Rosas, como estanciero, siguió los rumbos que la transformación del mundo agrario pampeano requería.  La magnitud de sus actividades rurales constituyó la excepcionalidad de la época.

Derrocado en 1852, Rosas pasó el resto de su vida en el exilio y falleció el 14 de marzo de 1877 en Swathling, Hampshire, (Gran Bretaña), conservando su tesoro más preciado, el sable corvo del general San Martín, que le fue entregado por disposición del Libertador en su testamento, dejando asentado que el sable fuese "entregado al General de la República Argentina, Don Juan Manuel de Rosas, por la firmeza con que ha sostenido el honor de la república contra las injustas pretensiones de los extranjeros que pretendían humillarla".

En septiembre de 2019, al cumplirse el Bicentenario de las “Instrucciones a los mayordomos de estancia” de Rosas, la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria realizó una Sesión Pública Extraordinaria, donde disertaron el Profesor Roberto L. Elissalde y el Dr. Alberto Gelly y Cantilo, donde se resaltó la figura del Restaurador.

Seguir leyendo: Avanza en todo el país la vacunación de trabajadores rurales

 

 

 

 


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