El aroma de la lavanda es inconfundible y es difícil de encontrar alguna persona que le desagrade. Desde hace siglos se la utiliza en los alrededores del Mediterráneo como aromatizante de jabones y aceites de baño; justamente su nombre proviene del latín lavare (lavar). Los romanos, los griegos y los egipcios conocían sus bondades como cicatrizante y actualmente en Francia esta planta la base de su industria perfumera.

Además de sus cualidades aromatizantes se le reconocen propiedades calmantes en sus flores y también se utiliza su aceite esencial para dolores musculares. Su aroma, y principalmente el eucaliptol presente entre sus aceites esenciales, es repelente de muchos insectos como el Bicho Moro, pulgones, arañuela roja, hormigas y varias orugas; y a su vez es atrayente de polinizadores y otros insectos benéficos, por estas razones los productores orgánicos distribuyen plantas de lavanda en sus huertas.

Para extraer su aceite esencial se destilan las espigas de flores. Este aceite contiene decenas de compuestos como taninos, alcoholes, derivados terpénicos, alcanfor, cumarina, eucaliptol, limoneno, nerol, linalol, saponinas, además de varios ácidos: glicólico, rosmarínico, valérico, capróico, ursólico, cumarínico e isobutírico. Debido a su alto contenido de taninos se le reconoce su potente efecto cicatrizante y regenerador de la piel, por eso se lo utiliza también en forma de loción para quemaduras solares.

La lavanda tiene propiedades antibacteriales y se recurría a ella hace cien años, cuando no existían otras alternativas, como inhibidor de bacterias en el estómago, aunque hay que alertar que los aceites esenciales pueden ser tóxicos en caso de una sobredosificación.

La planta se adapta a todo tipo de clima pero como cultivo comercial conviene climas secos y soleados, de alta luminosidad. Aunque prefiere climas cálidos hay plantaciones en los valles cordilleranos de Río Negro. Otro centro muy difundido en Argentina es el Valle de Calamuchita en Córdoba. También hay plantaciones importantes en Mendoza, San Luis y Sierra de la Ventana en la provincia de Buenos Aires.

Las precipitaciones ideales para el cultivo estarían entre 400 y 700 milímetros anuales dependiendo de la variedad. Se recomienda plantar entre los 700 y 1.000 metros de altura, donde las plantas se adaptan y producen en cantidad y calidad además de ser más longevas.

Argentina tiene un gran potencial para crecer en este cultivo y muy recomendable para pequeños productores que deseen diversificar. Como se aconseja enterrar los plantines en otoño, pero también en septiembre y octubre, todavía estamos a tiempo para ello, y para horticultores que apuesten a lo orgánico también sería la oportunidad.

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